
“Con nuestra fe venceremos al mundo“, nos dice hoy San Juan. Y Jesús al apóstol Tomás: “Mete tu mano en mi costado y tus dedos en mis llagas, y no seas incrédulo, sino creyente. Dichosos los que crean sin haber visto“
¿Qué quiere expresar Jesús? Que toda prueba apodíctica, en el terreno de la fe, es algo que no vale nada. Las personas que creen, sin haber visto, quedan canonizadas con esta frase. Canonizadas por el mismo Jesús, que es la santidad en esencia.
La fe, claro, resulta extraña hoy, pues la ciencia y la técnica canonizan la prueba, en detrimento de los signos. Pero la fe, para el cristiano, sólo puede brotar del corazón, que lee los signos maravillosamente. “Es el corazón el que siente a Dios, no la razón“ dice Pascal. Y eso es, precisamente, la fe: Dios sensible al corazón, no a los sentidos.
Paz, pues, mucha fe y alegría. “Al ver a Jesús – nos dice hoy San Juan – los discípulos se llenaron de alegría “. Alegría, paz, comunión: ésos son los tres signos del resucitado con Jesús. La alegría es el fruto de la Pascua; la paz es el mismo Cristo; la comunión es fruto de esta alegría y de esta paz. ¿Y la fe? La fe no necesita ver a Jesús. Todo el que diga: “Señor mío y Dios mío “cuando la muerte le arrebata a un hijo, cuando se sienta menospreciado, anulado; cuando toque las llagas y la miseria de su entorno, bendito mil veces del Padre. Esta persona está en el camino de la salvación, porque se alimenta de la fe. Y la fe – dice san Pablo – es la victoria que vence al mundo.
La fe, con toda lógica, no debe ser estática, sino dinámica. La Iglesia, en consecuencia, debe ser misionera, enviada. Iglesia somos todos, y todos debemos ser testigos. Para hacer creíble, con nuestras obras, el hecho central de la resurrección.
D. Norberto García Díaz, homilía II domingo de pascua 2024, (inspirada en los escritos de María Luisa Brey).