VI Domingo de Pascua, ciclo B

Las lecturas bíblicas de hoy insiten por igual en la misma suprema idea: la presencia de Cristo se manifiesta por encima de todas las cosas en el amor. Impresionan las palabras de Pedro, convencido, al fin, de la universalidad del amor divino.

Admira y conmueve, hasta lo hondo, la insistencia de Cristo en su amor al hombre, insistencia que llega a límites increíbles.

Y San Juan, en la segunda lectura, de un carácter esencialmente teológico, iniste en lo mismo: «Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor». 

En el Nuevo Testamento, el amor de Dios se expresa con la palabra ágape. El ágape es espontáneo, gratuito. Es inútil buscar la causa del amor de Dios en las cualidades de los hombres, por destacadas que parezcan. El ama porque su naturaleza es amor, y basta. El amor, en definitiva, es el acta constitucional por excelencia de la Iglesia, y el cristiano que no ama es una aberración.

El amor cristiano, en definitiva, tiene un paradigma fundamental, que es la vida de Cristo, y toda su vida fue servicio. Por eso, este amor debe realizarse históricamente, día a día; desde la situación de pecado, o de injusticia, en que se encuentre cada hombre.

«Tarde te amé, hermosura siempre antigua y siempre nueva» Dice San Agustín, bellamente. Tarde te amé, podemos repetir nosotros también con el corazón contrito y humillado.

D. Norberto García Díaz, homilía VI domingo de pascua 2024,