
La Santísima Trinidad. A los hombres de nuestro mundo secularizado, con sus problemas de todo tipo, ¿qué puede decirles este misterio? ¿Cómo hacerles comprender que decir Padre, decir Hijo y decir Espíritu Santo equivale a decir gracia, decir comunión, decir amor?
Esta ignorancia del hombre, con todo, es explicable. No se pueden quemar etapas en la pedagogía de la fe, y para descubrir al Dios Trinidad hay que recorrer antes los caminos del desierto
Las tres lecturas de hoy hacen referencia a un Dios único y personal, amigo del hombre, lento a la ira, cercano y liberador.
¿Para qué sirve la fiesta de la Trinidad? Para enraizarnos en la convicción de que el amor es la sustancia de nuestra fe. Así de inmenso y de sencillo. Escribía la hoy santa Edith Stein, la gran carmelita judía convertida al cristianismo: “La fe nos introduce en el ser total que Tú vives, en el cual nos movemos con libertad creciente, en el que respiramos, en el que somos. Qué simple es todo esto. Es el amor”.
En efecto. Todo el misterio de la Trinidad es el Amor. Y el “amor” no se comprende, se vive.
Jesús en el Sermón del Monte, nos dijo que el salvoconducto para el Reino consistía en ser limpios, austeros, misericordiosos.
A la Trinidad se llega por Jesús, por su humanidad santa. Por sus obras, por sus palabras y su persona sabremos quién y cómo es el Padre, todo justicia y misericordia. Y sabremos también del Espíritu Santo, que dinamizó su vida entera. La historia de Jesús revela la historia trinitaria, y sólo Él, nuestro Camino, puede conducirnos al Misterio.
D. Norberto García Díaz , homilía domingo de la Santísima Trinidad. (María Luisa Brey)