II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C

Hoy escuchamos en el Evangelio de Juan la narración de las bodas de Caná.

Aunque en este ciclo litúrgico seguiremos a Lucas, hoy ha sido Juan el evangelista elegido. Esto sucede porque antiguamente en la Epifanía se celebraban tres acontecimientos: la adoración de los Magos, el Bautismo de Jesús y las Bodas de Caná. Actualmente se celebra solo la adoración de los magos y en los dos domingos siguientes se recuerdan los otros dos acontecimientos. El episodio de Caná sólo se encuentra en el evangelio de Juan.

Juan no habla de «milagros» o «prodigios” de Jesús, sino de «signos».

 Se refiere a algo más profundo de lo que se ve por fuera. Para él los signos que Jesús realiza están encaminados a manifestar su persona y la fuerza salvadora de su mensaje.

Con lo sucedido en Caná de Galilea Juan comienza lo que se ha llamado «el Libro de los Signos» que solamente recoge siete. El primero de ellos es el de las bodas de Caná. Esa «transformación del agua en vino» da la clave para entender la transformación salvadora de Jesús y la que, en su nombre, hemos de ofrecer sus seguidores.

Juan destaca lo que más le interesa para comunicar su mensaje. El acontecimiento se ha de valorar por lo que significa. En su narración el hecho es inseparable de su contenido, de su significado y de su simbolismo. 

Es una fiesta que el evangelista elige para que comprendamos cómo es Dios con nosotros.

En la fiesta de una boda se celebra la prevalencia del amor sobre lo cotidiano, sobre lo razonable y sobre lo justo.

Jesús puede ser el fermento de una humanidad nueva. Su vida, su mensaje y su persona invitan a inventar caminos más humanos en una sociedad que busca el bienestar ahogando el espíritu y matando la compasión. Jesús puede despertar una vida más plena en las personas vacías de interioridad, pobres de amor, sin compasión y necesitadas de esperanza.

Para comunicar la fuerza transformadora de Jesús no bastan las palabras, son necesarios los gestos.

Evangelizar no es solo hablar, predicar o enseñar; menos aún, juzgar, amenazar o condenar. Es necesario actualizar los signos de Jesús para introducir en la vida la alegría de Dios.

Necesitamos que Èl toque nuestra vida para que nuestro vacío se llene de sentido y nuestra agua insípida se transforme en un vino sabroso. 

Necesitamos que entre en nuestra vida familiar y nos haga ver que merece la pena darnos sin depender de la respuesta, amar a los demás por lo que son y aceptarlos como son. 

Necesitamos superar nuestra cerrazón en el trato con los demás, liberarnos de nuestra falta de empatía y también de nuestra superficialidad y nuestro egoísmo. 

Tenemos que ser capaces de caer en la cuenta de mucha gente a quien «no le queda vino», o le falta ilusión, amistad, compañía, calor humano. Hay que ser conscientes de que existen marginados, ancianos o inmigrantes, así como también limitados física o psíquicamente y muchos a los que no se les considera dignos de ser tenidos en cuenta.

Abrirse a todo esto es un milagro, un signo; es vivir en el amor y en la verdad; es llenar nuestras tinajas y dejar que el agua de nuestra vida, tantas veces monótona e insípida, la convierta Jesús en un vino nuevo. 

Lo sucedido en Caná también puede suceder hoy si comprendemos el significado de lo que hizo Jesús. Caná es lo que sucede siempre que despertamos del engaño que nos hace reducirnos a las ideologías y descubrimos lo que realmente somos. Entonces nos sorprenderá un nuevo sabor en nuestra vida: el vino nuevo en que la transformará Jesús. 

Que María, la que «estaba allí», la que está hoy también con nosotros, nos diga hoy al corazón: «Haced lo que él os diga» y que toda nuestra vida sea transformada de acuerdo con el proyecto del Padre.

Que así sea.

Homilía D. Norberto Garcia Díaz. Domingo 18 de enero 2025

Extraída de un texto de Paco Zanuy