El Miércoles de Ceniza lo cambia todo
El Miércoles de Ceniza lo cambia todo. Desde las verdes riberas del Jordán subimos con Jesús a la aridez y la austeridad del desierto. Serán cuarenta días caminando hacia la Pascua conscientes de nuestra necesidad de conversión.
A lo largo de este camino como de tantos otros de la vida tendremos que enfrenarnos a las fuerzas del mal. Las tentaciones existen en el mundo y llegan hasta nosotros. Este tiempo invita a plantarle cara al demonio y a aprender el modo de hacerlo.

Jesús se deja llevar por el Espíritu al desierto. En la Escritura el desierto es un lugar de preparación, meditación y prueba. En nuestro caso es también un tiempo de cambio, de paz, de silencio y de algunos momentos de soledad que lo faciliten.
Jesús quiere asumir su misión sin que nada le distraiga. El desierto es el escenario ideal para el encuentro con el Padre. Es impulsado por el Espíritu, pero allí también accede el maligno que es un maestro del engaño.
Contemplando las tentaciones de Jesús podemos preguntarnos por nuestro desierto y nuestras tentaciones.
El tentador aprovecha el hambre de Jesús para plantearle que no tendría que sufrirla.
En el Jordán se había escuchado la voz de Dios proclamándole hijo amado. Por eso el demonio pretende que Jesús ponga a prueba al Padre: “Si eres hijo de Dios…”, ¡claro que lo es!, “convierte estas piedras en panes”. Jesús le responde que la palabra de Dios también alimenta al hombre.
También yo puedo encontrarme en un desierto de soledad e impotencia frente a mis problemas y los del mundo (¡qué enorme desierto!) y pretendo que sea Dios quien convierta el dolor en gozo y me demuestre que está ahí. El típico problema del sufrimiento de los inocentes que Dios debería resolver. Así yo podría desentenderme y mirar para otro lado. Esto puedo aplicarlo a infinidad de situaciones propias y ajenas.
Algo después vuelve el diablo y lleva a Jesús a un lugar desde el que puede contemplar todos los reinos y riquezas del mundo.
“Todo será tuyo si me adoras”. Pretende que invierta los valores y ponga por encima de todo el poder y la riqueza con todo lo que eso conlleva. Jesús le responde con la Escritura: “Está escrito: al Señor, tu Dios, adorarás y a él sólo darás culto”.
La tentación del poder y de la riqueza está muy presente en nuestro mundo y no sólo en algunos políticos y magnates, sino prácticamente en casi todos. Debemos hacernos conscientes de cuáles son nuestras prioridades y del lugar que Dios ocupa en nuestra vida. ¿A quién adoramos? Entremos en nuestro desierto (soledad, silencio, oración) para poder responder a esta pregunta.
Satanás no se da por vencido. Lleva a Jesús a Jerusalén y, desde lo más alto del templo le dice: “Si eres hijo de Dios, tírate de aquí porque está escrito que encargará a los ángeles que cuiden de ti y te sostendrán en sus manos”.
La respuesta de Jesús es clara: “No tentarás al Señor tu Dios”.
El tentador se retira hasta otra ocasión. Jesús será tentado hasta la cruz con el miso argumento: “Si eres Hijo de Dios…”.
Podemos vivir al borde del abismo esperando que Dios nos saque siempre las castañas del fuego. Podemos tentar a Dios y no pensar que somos responsables de nuestros actos. La respuesta a esto es la de Jesús: “No tentarás al Señor tu Dios”.
Este tiempo de cuaresma es un tiempo para centrarse en lo esencial y vivir desde dentro una búsqueda sincera de Dios. Esto requiere mucho silencio interior y mucha oración.
Pongámonos en las manos de María para que nos acompañe en este caminar de la cuaresma y digámosle al Padre que “no nos deje caer en la tentación.
Que así sea.
Homilía D. Norberto Garcia Díaz. Domingo 9 de Marzo 2025
Extraída de un texto de Paco Zanuy