II DOMINGO DE PASCUA CICLO C

Comenzamos la preparación del nacimiento de la iglesia

Pasaron las celebraciones de la Vigilia Pascual y del Domingo de Resurrección, comenzamos la preparación del nacimiento de la iglesia. Abramos los ojos iluminados del corazón para vivir interiormente lo que ya vivieron aquellos hombres y mujeres de la Iglesia primitiva.

Las narraciones posteriores a la resurrección reflejan la experiencia pascual de lo que sería la Comunidad de los creyentes en Jesús.

El desconcierto, el temor y el desánimo predomina al comienzo del Evangelio de hoy. Hay diez hombres encerrados “por miedo a los judíos”(faltan Judas y Tomás, el mellizo) y entonces sucede lo que cambiará definitivamente la situación: “Y en esto entró Jesús…”. 

A partir de este momento la historia de la humanidad da un giro vertiginoso: unos hombres con el corazón repleto de temor e inquietud se llenan de la paz que transmite el Resucitado. Él provoca que a abran los ojos del corazón, comprometan su vida y participen de su acción sanadora con la fuerza que se les comunica. 

La curación es honda y radical: la liberación del pecado que impide el encuentro y que debe transmitirse a todo el que la acepte sea cual sea su historia de pecado. Jesús nos libera de la ley, del pecado y de la muerte (como Pablo de Tarso dirá más tarde).

“En esto entró Jesús…”. La experiencia del Resucitado fue tan impactante que derrotó la falta de fe de los apóstoles y que tan vivamente reflejaron los caminantes de Emaús.

“Dichosos los que crean sin haber visto”dirá Jesús en otra bienaventuranza tras la aparición a Tomás. Esta bienaventuranza está dirigida a todos los que hemos creído en Él sin haberlo visto.

“En esto entró Jesús…”. Y desde entonces millones de creyentes a lo largo de estos veintiún siglos, han repetido su experiencia.

En esto entró Jesús”. Esta vivencia, distinta de la nuestra, que tuvieron los primeros testigos, llevó a Tomás a su espléndido acto de fe y al que tuvo Juan en el atardecer del día de Pascua.

Cada gene­ración creyente, cada uno de nosotros, debemos luchar por repetir la experiencia del «y en esto entró Jesús»

Ser cristia­no es mucho más que aceptar unos dog­mas o unos principios éticos. Ser cristiano es inseparable de una experiencia personal del Resucitado, una experiencia con los pies en el suelo. Así nos lo transmitió el papa Francisco con una vida que no debe ser leída en clave política o mundana sino en calve de testimonio del evangelio.

Y aquí estamos, en este segundo domingo de Pascua, los que creemos en Jesús por la palabra de los hombres y mujeres que nos han trasmitido la fe.

Ojalá sintamos hoy que el Señor no sólo nos trasmite el mismo saludo del Resucitado –“paz a vosotros”– sino que pronuncia sobre mi vida, sobre mi fe, quizá demasiado débil e insegura, la misma bienaventuranza que pronunció aquel día ante los once: “Dichosos los que crean, sin haber visto”.

Podríamos hacer muchas consideraciones sobre esto, pero lo que debe quedar, en nuestro corazón es la confesión de Tomas: “¡Señor mío y Dios mío!”

Para decir esto Tomás no necesitó toquetear las llagas de Jesús. Le bastó con sentir su mirada y oír su nombre pronunciado por Jesús, tal como le sucedió a la Magdalena. O que nos abra los ojos del corazón al partir el pan como sucedió a los de Emaús.

Ojalá lleguemos a oír nuestro nombre pronunciado por el Señor de modo que transforme nuestra vida. 

Esta narración cierra el evangelio de Juan y nos la cuenta “para que creamos que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengamos vida en su nombre”.

Esperemos unidos en oración con María, la Madre de Jesús,  como hicieron los apóstoles en el Cenáculo en aquel amanecer de la Iglesia.

Que así sea.

Homilía D. Norberto Garcia Díaz. Domingo 27 de abril 2025

Extraída de un texto de Paco Zanuy