DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD. CICLO C

El mayor misterio de nuestra religión

Hoy celebramos la Fiesta de la Santísima Trinidad, el mayor misterio de nuestra religión. A lo largo de nuestras oraciones repetimos muchas veces las invocaciones a la Trinidad sin pararnos a pensar en el alcance que tiene lo que estamos diciendo. Claro que no es posible meter el océano en un pocito de la playa, como decía S. Agustín. No debería extrañarnos la incapacidad de la mente humana para comprender a Dios ya que entre Él y nosotros la distancia es inabarcable…. Por eso, con el corazón muy abierto y dejando a los teólogos las disquisiciones intelectuales, vamos a acercarnos con sencillez evangélica a cada una de las tres Personas.

El Hijo:

El Hijo de Dios hecho hombre, es Jesús de Nazaret. Nació en Belén, en una cuadra de animales, vivió treinta años en su hogar familiar con María y José, y sus tres últimos años los dedicó a predicar el Reino de Dios. Pasó por la vida haciendo el bien, curando enfermos y perdonando los pecados… Su corazón estaba centrado en la fidelidad a Dios Padre, y en la predilección por los más débiles… Su trayectoria la recogen los cuatro evangelios. Para nosotros Jesús, el Verbo, la Palabra, es Dios.


El Padre:

Jesús de Nazaret nos revela a Dios Padre. Cuando Jesús habla con el Padre, le llama Abbá, la palabra aramea cariñosa, familiar y confiada entre padre e hijo; en nuestra lengua diríamos “papá”…

La mejor definición de Dios Padre la ofrece el apóstol Juan: “Dios es amor”. Y san Agustín añadirá: «Aunque no se dijera nada más en las páginas de la Escritura, ya sería suficiente». La característica principal del amor de Dios es que se trata de un amor universal, desinteresado y misericordioso: la parábola del hijo pródigo y el Padrenuestro muestran el amor del Padre; descubren las entrañas paternas y maternas de Dios con todos sus hijos. A Dios Padre nos lo descubre Jesús.

El Espíritu Santo:

Jesús, en el evangelio, anuncia repetidas veces que, cuando ya no esté con sus apóstoles, enviará al Espíritu Santo, que les hará comprender lo que todavía no entienden. El día de Pentecostés se les abrieron los ojos y se enteraron por fin de que el Reino de Jesús no era de este mundo; comprendieron que su misión era propagar la Buena Noticia de Jesús. El Espíritu Santo, luz y fuerza, iluminó su inteligencia y movió su voluntad. El Espíritu Santo sigue siendo luz que ilumina nuestro camino y proporciona fuerza para no desfallecer… Ese viento invisible, impetuoso e irresistible, del pasado domingo de Pentecostés, es quien guía e impulsa nuestra pequeña barca en medio de las tormentas…

Nombramos muchas veces a las tres Personas: ¡Padre, Hijo y Espíritu Santo…! No lo hagamos rutinariamente. Seamos conscientes de que nuestra fe, nuestra oración y nuestra liturgia, y también nuestra vida, están siempre inmersas en el misterio de la Trinidad. 

Que Dios, que es Padre cariñoso, Hijo cercano a nuestra condición humana y Espíritu que ilumina la oscuridad y da fuerza en la dificultad, nos acompañe siempre y llene nuestra vida de sentido.

Y que María por cuyo medio y con la fuerza del Espíritu santo Jesús, el Verbo, se hizo carne por designio del Padre y habitó entre nosotros, nos ayude a que esa Palabra sea vida en nosotros.

Que así sea.

Homilía D. Norberto García Díaz

Extraído de un texto de Paco Zanuy