¿Cuál es el destino definitivo del hombre?

En el Evangelio de Lucas algunos preguntan al Señor sobre el destino definitivo del hombre.
El “más allá” siempre ha inquietado como un problema acuciante. De ahí surge la pregunta sobre si son muchos o pocos los que se salvarán.
El Señor responde que la salvación está al alcance de todos.
Lo que pasa es que no todos están dispuestos a recorrer el camino ofrecido por Jesús que exige una aceptación personal. No basta con pertenecer a un pueblo determinado, nacer en una familia cristiana o practicar, por tradición, una religión.
Necesitamos aceptar personalmente los valores del Evangelio y estar dispuestos a seguirlos, a pesar de nuestras caídas o imperfecciones.
El camino de la salvación no es un camino de rosas, sino un camino exigente. A veces intentamos quitar fuerza e importancia a lo que dice Jesús. Incluso pretendemos aguarlo argumentando con el propio evangelio.
Decimos que Dios es bueno y no puede castigar, que es Padre y no puede condenar.
Y eso es cierto. Dios es bueno y no castiga. Dios no condena. Pero a veces nosotros cerramos la puerta, equivocamos el camino y nos salimos de la ruta.
Somos nosotros, por tanto, quienes acertamos o nos equivocamos no aceptando o rechazando el camino que Dios ofrece porque Él respeta nuestra decisión.
El camino es exigente, sin «saldos» ni «rebajas» y en ocasiones puede resultar duro. No es sólo cuestión de si vamos a misa o recibimos algún sacramento, o si, en alguna ocasión, hacemos alguna obra buena. Se trata de orientar toda nuestra vida hacia Dios: con toda el alma, con toda la mente y con todo el corazón. Y eso cuesta.
Por eso el Señor insiste diciendo esta frase que nos asusta un poco: «esforzaos en entrar por la puerta estrecha».
La puerta es estrecha, pero sobra puerta para que todos puedan entrar en el Reino. No permitamos que estorbe el exceso de equipaje.
Lo que se necesita es un corazón lleno de amor y para eso siempre hay puerta. No se exigen actos heroicos ni una vida de mucha penitencia. No todos los cristianos son llamados a la vida contemplativa, religiosa o al sacerdocio ministerial. La gran mayoría, no.
A todos se nos pide sencillez, amor y un corazón abierto a descubrir lo que Jesús nos ha prometido. Dios es un padre misericordioso, pero no se conforma con cualquier cosa. No es buenista pero tampoco pide lo imposible y podemos mantener viva la esperanza, aunque el evangelio de hoy nos asuste un poco.
Cuando Jesús habla de una puerta estrecha está haciendo una llamada a que no dejemos nuestra responsabilidad a un lado porque Él respeta nuestra libertad. Por eso dice San Agustín: «Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti».
Que el Señor nos ayude a asumir con entusiasmo y amor el camino que tenemos por delante y que lo que a nosotros nos falte, nos lo dé su misericordia.
Siempre tendremos a nuestro lado a María, la madre del Señor, que nos dará ánimo para acercarnos a Él y superar todas las limitaciones.
Que así sea.
Homilía D. Norberto García Díaz 24 de agosto 2025
Extraída de un texto de Paco Zanuy