XXV DOMINGO TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

El apego excesivo al dinero nos aleja de Dios

Dejemos que la Palabra de Dios nos llegue sin ajustarla a nuestra conveniencia y sin aplicársela a los otros, aunque nos resulte incómoda porque afea nuestro proceder.

La primera lectura es un mensaje de Dios a los hombres de hace 2.800 años. Hoy sigue vigente porque la naturaleza de los hombres no ha cambiado con el paso de los siglos.

Ese mensaje lo comunica un hombre sencillo, pastor de ovejas y cultivador de higos. Pero es un profeta de Dios el que habla.  

La injusticia y el apego al dinero afecta a todos,

tanto al que vende como al que compra, al que paga un sueldo y al que lo cobra, al que hace un trabajo y al que lo encarga, al que tiene dinero y lucha para tener más y al que no lo tiene y lucha para conseguirlo.

Esto es lo que dice el profeta Amós en la primera lectura de hoy.

Tampoco se queda corto Pablo en su carta a Timoteo. Se dice que la gente reza poco, se confiesa poco y no va a misa… Puede ser cierto.

Bastantes de nuestros fallos vienen de que no dedicamos tiempo a la oración.

Cedemos fácilmente a la ira, intrigamos, criticamos y envidiamos a los demás, para empezar.

Necesitamos orar más, como lo hacía Jesús, para pedir ayuda y fuerza en los momentos difíciles, para superar las dificultades y también para saber agradecer.

También podemos aplicarnos lo que dice Jesús en el Evangelio de Lucas.

La preocupación por el dinero nos hace olvidar a Dios y a los demás.

El egoísmo seca el corazón y es la causa de muchos abusos y engaños. La preocupación excesiva por los bienes materiales anula la confianza en Dios y enfría la esperanza.

El dinero puede ser causa de rupturas familiares, enfrentamientos sociales e intranquilidad interior entre otras consecuencias. También está en la raíz de las injusticias y la corrupción personal, política y social y de tanto odio y sufrimiento que vemos en el mundo.

Abundan las interpelaciones del Señor en numerosos pasajes del Evangelio. Afirma tajantemente que no podemos servir a dos señores. El afán de poseer y el poner el corazón en el dinero no es propio de un seguidor de Jesús.

Si nos examinamos a la luz del evangelio veremos que “no es posible servir a Dios y al dinero”.

Jesús dice: «Emplead vuestros bienes en ayudar a los pobres; ganaos su amistad compartiendo con ellos vuestros bienes. Ellos serán vuestros amigos y, cuando en la hora de la muerte el dinero no os sirva ya de nada, ellos os acogerán en la casa del Padre». En pocas palabras: la mejor forma de utilizar el dinero ante Dios es compartirlo con sus hijos más pobres.

Pero, no todo en el dinero es malo. También sirve para ganarse el pan y hacer el bien.

Se han trasformado entornos de miseria y se han llenado muchas bocas hambrientas. Con dinero se atiende también a los refugiados y a inmigrantes perdidos en los mares. Desgraciadamente aún queda mucho por hacer y sería muy largo el enumerarlo.

Muchas personas colaboran con causas humanitarias y hay personas mayores, que, cobrando una exigua pensión, ayudan a sus familiares y a los pobres de muchas maneras. Recuerden la viuda a la que Jesús alabó por donar al templo algo de lo poco que tenía para vivir.

Seamos conscientes de nuestra responsabilidad y abramos nuestro corazón y nuestros bienes a los más necesitados. Ellos serán nuestros bienhechores cuando tengamos que rendir cuentas el último día.

Sobre todo, seamos conscientes de a quién servimos y con quién está nuestro corazón. Así lo hizo María, le “esclava del Señor”. Ella nos ayudará si se lo pedimos.

Que así sea.


Homilía D. Norberto García Diaz 21 de septiembre 2025

Extraída de un texto de Paco Zanuy