La fuerza de la oración humilde

El Señor escucha al humilde y transforma su vida
Resulta difícil ignorar alguna de las lecturas de hoy porque todas son muy inspiradoras: el Eclesiástico, el salmo, la impresionante carta de Pablo y el evangelio de Lucas.
En el Evangelio, Jesús presenta dos modelos de oración: el de la persona segura de sí misma, que da gracias a Dios, pero que no se siente necesitada de su misericordia (se lo sabe todo y no tiene nada que aprender) y el de quien, ante Dios, se sabe indigno y necesitado de perdón y misericordia (tiene mucho o todo por aprender y estará siempre atento a la palabra que le llegue). La conclusión de Jesús es tajante: “Este último bajó a su casa justificado, el primero no”.
Dios es un Padre que nos ama siempre e incondicionalmente, y conoce lo que somos; no pretendamos justificarnos a nosotros mismos.
La oración que nace del corazón llega a Dios
La oración nos abre a Dios desde la realidad de nuestra existencia. Cuando acogemos su misericordia, Él mismo nos perdona y transforma nuestra vida. No serán nuestros méritos sino Él quien nos justifique y cargue con lo que somos.
Ya el Antiguo Testamento hablaba del valor de la oración del pobre a los ojos de Dios.
Así lo dice claramente la primera lectura (“la oración del humilde atraviesa las nubes, y no se detiene hasta que alcanza su destino”) y el salmo 33 (“el Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos, el Señor los escucha y los libras de sus angustias”).
En la segunda lectura San Pablo expresa su confianza ante Dios: compara su vida con una competición deportiva y espera – no de sus méritos, sino de Dios, juez justo – el premio a sus trabajos. Porque Dios no se contenta con ser quien nos justifica, sino que, además, nos hace partícipes de su obra de salvación y recompensa abundantemente, con el ciento por uno, a quien dedica su vida al servicio del Evangelio en favor de sus hermanos.
No son nuestros méritos, sino su misericordia
La liturgia de hoy acentúa una actitud elemental e imprescindible: dejar de mirarnos a nosotros mismos y presumir de nuestros méritos y hacernos conscientes de que los otros nos necesitan. De ahí la tarea de responder a esa necesidad, según pueda cada uno.
Dios escucha la oración de la persona humilde que proclama con su vida y su palabra la misericordia del Señor.
La oración humilde, al tiempo que nos hace confiar en la misericordia de Dios, saliendo del propio ego, nos convierte también en testigos y pregoneros de ella ante los demás.
Aprender a orar con verdad y confianza
Ojalá todos nosotros fuéramos en la Iglesia lo que ya somos en virtud del bautismo: profetas, testigos y misioneros del Señor, con la fuerza del Espíritu Santo y hasta los confines de la tierra.
Que María, la humilde esclava del Señor, nos ayude en la tarea de ser testigos fieles y comprometidos del mensaje de Jesús.
Que así sea.
Paco Zanuy
Homilía D. Norberto García Diaz 26 de octubre 2025
Extraída de un texto de Paco Zanuy