Las lecturas de hoy invitan a transformar nuestra vida desde la fe.
El libro del Deuteronomio hace una exhortación a “Convertirse al Señor Dios con todo el corazón y con toda el alma…”.
El salmo 68 dice: “Buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón”. Y como un adelanto del evangelio, exclama: “Yo soy un pobre malherido; Dios mío, tu salvación me levante”
Pablo en su carta a los colosenses afirma que “Cristo Jesús es imagen de Dios invisible” y al mismo tiempo el principio de una nueva humanidad, de una nueva creación.
El evangelio habla de alguien que busca la vida: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”. Jesús responde con la parábola del buen samaritano que es toda una catequesis.
En una cuneta se encuentra un hombre malherido que ha sido asaltado por ladrones. Más lejos, después de haber dado un rodeo, caminan un sacerdote y un levita. Junto al herido, sosteniendo su cabeza, está el hombre bueno de Samaría. Ustedes acaban de escucharla y conocen bien la parábola.
Cada uno de estos personajes representa una manera de estar en la vida.

Los ladrones consideran que lo tuyo -tu dinero, tus bienes, tu vida- es suyo. “Lo tuyo es mío”.
El sacerdote y el levita, por su parte, tienen asumido que lo suyo -su tiempo, su prisa, su piedad- es suyo. “Lo mío es mío”.
Y, finalmente, para el samaritano: lo suyo -su tiempo, su compasión, sus vendas, su cabalgadura, su dinero- es tuyo. “Lo mío es tuyo”.
Desde los comienzos de la Iglesia se identificó a Jesús con el buen samaritano. Esa historia es una parábola, pero en ella aparece el modo de actuar de Jesús.
El desconocido caminante de Samaría “sintió lástima” y el evangelio habla varias veces de la lástima y la compasión de Jesús. Él no sólo fue “el hombre para los demás”: fue el que se acercó a los hombres, el que tuvo compasión de ellos, el que participó de sus dolores y sentimientos, el que sintió como propios sus temores, deseos, cóleras, penas, mentiras y, también, sus alegrías. Jesús, el buen Samaritano, se acercó compasivo a los hombres para vendar sus heridas. Se nos acercó a nosotros para curarnos.
El himno cristológico de Pablo presenta a Jesús como el primogénito de todo y por el que todo fue creado. Es también cabeza de la Iglesia, de la comunidad que surge de su mensaje y se reúne en su nombre, como nosotros ahora.
“Lo tuyo es mío”: era el lema de aquellos salteadores del desierto de Judea. Nos consideramos lejanos de ellos, porque no robamos ni matamos. Pero ¿no les parece que a veces también nosotros tenemos ese lema?
Cuando convertimos indebidamente en nuestro lo de los otros, cuando disfrutamos, sin compartirlo, lo que es don de Dios para todos los hombres repetimos la frase “lo tuyo es mío”.
Cuando aceptamos como normal la injusticia social, cuando nos metemos en la vida privada de los demás con nuestros cotilleos, cuando no sabemos respetar la intimidad de los otros puede que estemos haciendo algo muy parecido.
“Lo mío es mío”: ¡Cuántas veces nos encerramos en lo nuestro!, mi familia, mi tiempo, mi diversión, mi dinero, mi privacidad…
Todo eso lo considero solamente mío. Todo ese entorno personal tal vez podría aportar algo a los demás.
“Lo mío es tuyo”. Así actuó el buen samaritano.
Sintió compasión, cambió sus planes y gastó su dinero. ¡Cuántas veces nos acomodamos demasiado en nuestro bienestar y en nuestra tranquilidad! Quedan muy lejos los dolores, las tristezas y los problemas de los otros. Jesús convirtió “lo mío en tuyo”.
El primero y fundamental de los mandamientos dice: “amarás al Señor tu Dios con todo el corazón y con toda el alma…, y al prójimo como a ti mismo”. Como dice Pablo ese es el mundo que surge de Jesús, el hombre para quien “lo mío es tuyo”.
Es cerca de tu corazón, como decía el viejo texto del Deuteronomio, donde hay que encontrar la respuesta a los problemas que nos afligen. Ahí se encuentra la respuesta de Jesús, el buen Samaritano.
Jesús deja claro que no son los hombres encerrados en sus devociones y en sus normas los que mejor nos pueden enseñar el modo de tratar a los que sufren, sino las personas que tienen corazón.
Vayamos, pues, y hagamos nosotros lo mismo y que, María, la esclava del Señor, nos enseñe a amar a Dios y al prójimo con todo nuestro corazón y con todas nuestras fuerzas.
Que así sea.
Homilia D. Norberto García Diaz. 13de julio 2025
Extraída de un texto de Paco Zanuy