CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS

La fiesta de hoy nos afecta mucho a todos

porque nos llena de recuerdos desde una mirada cariñosa y dolorida y además nos hace pensar en el sentido de nuestra existencia. También puede ayudarnos a abrir el camino a la Esperanza.

Mirando al pasado acuden a nuestra mente las personas más queridas que ya no se encuentran entre nosotros y también nos hacemos más conscientes de lo efímero de la vida.

¿Deberíamos hundirnos en el desánimo y en la tristeza?

Creo que no, porque la vida no es tan solo un espacio entre dos vacíos si estamos abiertos a la esperanza que proporciona la fe en la vida eterna que nos ha sido prometida.

Es muy lógico que se nos empañen los ojos y se nos escape alguna lágrima cuando recordamos a los seres queridos. Es señal de nuestro cariño, pero dice San Pablo que “no nos aflijamos como los hombres sin esperanza” porque la resurrección de Cristo precede a la nuestra. Isaías dice que El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros” y “aniquilará la muerte para siempre”.

Juan en su Evangelio confirma que “Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día.”

Ellos gozan de la Vida con mayúscula y están ya listos para resucitar. Pensemos en las dos últimas afirmaciones de nuestro credo: “Creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna”.

Santa Teresa decía que esta vida es una mala noche en una mala posada. Quiere decir que estamos de paso por este mundo y por tanto esto no es lo definitivo.

 El día de Difuntos invita a detenerse y pensar en lo que realmente permanece:

el cariño, la bondad, la entrega, la fe transmitida, la amistad y tantas otras cosas que son las que definirán nuestro paso por esta vida.

Las bienaventuranzas establecen lo que merece la pena porque no muere con nosotros. Cuesta creerlo, pero la muerte no tiene la última palabra. En Jesús la vida continúa y esa certeza es la que puede llenarnos de paz.

La fe nos dice que nuestros seres queridos están acogidos por Dios.

Y, como Dios es amor, viven en el amor y desde Dios nos acompañan. Esto transforma el duelo en confianza, porque no quedamos atrapados por la muerte, sino que contemplamos la vida que Jesús nos prometió cuando dijo: “Yo soy la resurrección y la vida”.

Pensemos en el Reino que Jesús predicó y que ya se realiza en nosotros. Vivamos las bienaventuranzas y recordemos todo lo bueno que nos han dejado nuestros seres queridos. Hagámoslo vida en nosotros y estaremos construyendo un mundo mejor.

Y encomendémonos a María, “ahora y en la hora de nuestra muerte”.

Que así sea.

Paco Zanuy
Homilía D. Norberto García Diaz 2 noviembre 2025

Extraída de un texto de Paco Zanuy