Dios sigue manifestándose en lo cotidiano; no sólo se le encuentra en la paz de los monasterios, en la intimidad profunda, en la música más sublime o en las maravillas de la naturaleza.

Dios también nos sale al encuentro en el calor de estos días, en la rutina y el cansancio, en las personas que nos rodean y pueden necesitar nuestra hospitalidad. Ahí también está Dios y siempre es posible prestarle un servicio fecundo, como hicieron Abrahán y Sara.
Sorprende el contraste entre la parábola del buen Samaritano en el Evangelio del domingo pasado y esta lectura de hoy.
El pagano de Samaría se dejaba interpelar, como Abrahán y Sara, para atender al herido en el camino del desierto. Hoy parece que lo importante fue lo que hizo María, la hermana de Marta y Lázaro, al estar a la escucha de la palabra y abandonar la actividad.
Es como si ahora le dijesen a aquel samaritano las palabras que Jesús dirige a Marta: “Andas inquieto y nervioso con tantas cosas, cuando sólo una es necesaria”. El escriba y el sacerdote, que dieron un rodeo y se fueron a escuchar la Palabra de Dios, “han escogido la mejor parte y no se la quitarán”.
Evidentemente, en el contexto del Evangelio y de la vida de Jesús, esto no es así. Jesús supo compaginar la oración y la acción; pasó muchas noches orando al Padre, como hacía María, pero se pasó todos los días entregado al servicio de los hombres, como buen samaritano.
El texto de hoy nos dice que hay que saber unir la acción y la contemplación y que corremos el peligro de caer en un activismo estéril si no fomentamos también la interioridad, la serenidad y la paz del corazón. Siempre es posible encontrar una sombra bajo la encina de Mambré, en el propio aposento o en esa naturaleza a la que podemos acercarnos más en los días de vacaciones y en la que podemos encontrarnos con nuestro propio interior y, sobre todo, con ese Dios que es, como decía S. Agustín, “más íntimo a mí que mi mayor intimidad”.
Finalmente, S. Pablo comenta en la segunda lectura su gran trabajo al servicio del Evangelio. En ese contexto, acaba expresando su deseo de que “todos lleguen a la madurez en su vida cristiana”.
Es un gran deseo para los días de descanso que algunos ya disfrutan y otros esperan: que no sean días de pasar del vértigo del trabajo, al vértigo de la diversión desenfrenada.
Madurez en la vida cristiana es reforzar nuestra interioridad, promover nuestra cultura humana y cristiana, aprovechar este tiempo para ofrecer a los nuestros una atención mayor que en otros momentos.
S. Pablo decía que, a los que aman a Dios, todo les ayuda para el bien; podemos decir ahora que, al creyente, le puede ayudar para su madurez tanto el disfrute de esta bella ciudad y de la naturaleza como la interioridad o la acogida. Cualquiera de estas circunstancias es válida para madurar en la fe.
Pidámosle a María, Madre de Jesús y nuestra, que nos ayuda a integrar en nuestra vida el encuentro con Dios en la oración y en el servicio a los hermanos.
Que así sea.
Homilía D. Norberto García Díaz. 20 de julio 2025
Extraída de un texto de Paco Zanuy