XXVII DOMINGO TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

  Las lecturas de hoy nos invitan a renovar la fe

Allá por el siglo VII antes de Cristo el profeta Habacuc se quejaba del silencio de Dios ante las injusticias, la violencia y opresión que afligían a su pueblo.  Pero hizo una llamada a la fe en Dios porque sabía que, aunque todo fallase, Dios siempre permanecería fiel.

¿Por qué no interviene Dios ante la opresión de los débiles e impide la violencia? Parecen inútiles todos los ruegos y súplicas. Este modo de actuar de Dios pone a prueba la fe del creyente: ¿por qué no interviene Dios a favor del justo, del inocente y del débil? 

Es un misterio, el misterio de la libertad del hombre, ese hombre al que Blas de Otero veía arañando sombras para ver a Dios o ese hombre que se le presentaba como un “ángel con grandes alas de cadenas” y que en muchos momentos se sentía hablando solo. O, como dijo Unamuno en su “oración del ateo”: “sufro yo a tu costa, Dios no existente, porque si tú existieras, existiría yo también de veras”.

Pero, a pesar de nuestras dudas e impotencias, Dios está ahí anunciando el fin del impío y garantizando la vida del justo. Un justo que se salvará por su fidelidad y por tomar a Dios en serio y apoyarse en sus promesas, y un débil e inocente al que Dios salvará muchas veces por medio de los que viven con entrega su fe. La historia enseña que la fe adquiere más firmeza allí donde es más combatida. 

El apóstol Pablo y su joven discípulo Timoteo también tuvieron dificultades para vivir la fe en su mundo e incluso en las comunidades cristianas. No era fácil proclamar el Evangelio y vivir como cristianos en un mundo tan hostil.

 Por eso, Pablo le exhorta a renovar su fe y su amor ante las dificultades por las que atraviesa. Esa fe hay que pedirla porque es un don gratuito que se nos otorga.

 Pablo le dice a Timoteo «que no tenga miedo de dar la cara por nuestro Señor» y que no debemos avergonzarnos de Él que lo dado todo por nosotros.

El Evangelio de Lucas, corto en palabras, pero muy largo en esperanza, dice que podemos vivir nuestra fe a pesar de sabernos pecadores, de nuestra voluntad débil y de las muchas presiones en contra.

La autosuficiencia es un gran defecto de nuestra fe: creemos más en nosotros mismos que en Dios. Confiamos más en nuestras propias fuerzas que en ese don gratuito de Dios que es la fe.

 La fe es una fuerza poderosa cuando es auténtica y se apoya confiadamente en Dios y no en nosotros mismos.

Esa fe supera nuestros intereses, dificultades y cobardías para vivir el Evangelio sin complejos. 

Preguntémonos si es la fe quien realmente orienta nuestras vidas y si es fecunda, gratuita, desinteresada o todo lo contrario. 

En muchos momentos tendremos que vivir nuestra fe yendo contracorriente de lo que se lleva en la sociedad.

 Pidámosle al Señor, como los apóstoles, que aumente nuestra fe, aunque a veces nos pesen nuestras “alas de cadenas”. Y, en cualquier circunstancia, recurramos a María que siempre estará a nuestro lado. 

Que así sea.


Homilía D. Norberto García Diaz 5 de octubre 2025

Extraída de un texto de Paco Zanuy