IV Domingo de Cuaresma, ciclo B

Aunque muy diferentes entre sí, las tres lecturas de este domingo han sido escogidas porque contienen el mismo mensaje fundamental: por muchas que sean las infidelidades del hombre, puede contar infaliblemente con la gracia de Dios. Estamos salvados por pura gracia. Esto podemos verlo, con gozo en la tercera lectura de hoy, donde Jesús, hablando con Nicodemo afirma: “Tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Unigénito”

Nicodemo. Resulta entrañable la actitud de este noble anciano, que acude de noche, a escondidas, para hablar con Jesús. El quiere aclararse. Sabe la Ley precepto a precepto, minucia a minucia, pero ignora lo fundamental: que no son nuestras obras las que nos salvan, sino el amor de Dios manifestado en Jesucristo. Nicodemo hace preguntas ingenuas, humildes, como las haría un niño. 

Preguntas así, enormes y pequeñas, debiéramos hacernos todos: el papa Francisco, los obispos, los presbíteros, los religiosos y las religiosas, los teólogos, y los “enterados”. “Señor, explícame tu Gracia, tu Misterio, el rostro de tu Padre.  Dime: ¿cómo puede ser eso, la razón no lo admite?”  Entonces, como el ángel a María, vendrá la explicación. Porque todo encuentro con Jesús, sincero, es siempre clarificador.

¡Convenzámonos! En el principio fue el amor, y el amor es siempre. Hemos sido creados para las cosas altas, para beber y alimentarnos en el mar de Dios. Tenemos un afán enorme de trascendencia y vivimos inquietos, anhelando no sé qué, bebiendo en charquitos y arañando sombras Recordemos como San Agustín se explaya en el libro de las Confesiones sobre aquella añoranza de la vida eterna que tanto él como su madre sintieron, en un instante fugaz, sobre el amor que nunca muere. No en vano, expresando su anhelo universal acuñó más tarde esta hermosa frase: “Nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

D. Norberto García Díaz, homilía IV domingo de cuaresma 2024, (inspirada en los escritos de María Luisa  Brey).