
¿Qué haré para heredar la vida eterna?
Hoy encontramos a uno que se acercó a Jesús y le formuló una pregunta atrevida: «¿Qué haré para heredar la vida eterna?» Nada, en su comportamiento, hace presagiar el desenlace. El joven se acercó corriendo (es decir, para él era un asunto inaplazable), se postró (por la intensidad de su deseo), muestra su buena disposición al llamarle «maestro bueno», aunque Jesús le corrige para que no le vea solo como un hombre y eleve su mirada a Dios.
Jesús le hizo una pregunta a la que pudo responder con éxito ya que, desde su juventud, era un fiel cumplidor de la ley. También Jesús le mostró su preferencia: «Se quedó mirándolo, lo amó y le dijo». Todo parecía ir bien, pero acabó mal, pues dice el evangelio que «él frunció el ceño y se marchó triste». ¿Por qué? Si quería la vida eterna, si reconocía en Jesús al maestro, si le habían mostrado un camino…, ¿por qué finalmente no le siguió? Fue tan extraña su reacción que el evangelista nos señala la causa de su deserción: «Era muy rico».
En la vida cristiana, el seguimiento de Jesús no puede desligarse del amor al prójimo
Es esta una escena muy conmovedora. Jesús le pide que lo que ha hecho hasta ese momento para él (velar por su salvación) lo haga también por los demás («dáselo a los pobres»). En la vida cristiana, el seguimiento de Jesús no puede desligarse del amor al prójimo. De hecho, la reordenación de lo que poseemos, el desapego de nuestros bienes, no solo nos facilita seguir a Cristo, sino también servir a los demás. Con independencia de lo que cada cual reconozca que Dios le pide, no cabe duda de que las respuestas a las preguntas por nuestra salvación y nuestra felicidad están unidas a nuestra relación con Jesús.
En el posterior coloquio con los apóstoles, que, sin salir de su asombro, deducen bien que no es nada fácil salvarse, Jesús pone una comparación fantástica: la del camello y el ojo de la aguja. Desde la primera vez que la oí en mi infancia no he dejado de traérmela a la imaginación. Y como yo, creo que muchos. He encontrado interpretaciones de lo más variadas. Pero descansé el día en que, en alguna parte, leí que Jesús utilizaba una imagen que solo un niño acepta sin problemas.
No es fácil desprenderse de las cosas
Quizás existió una puerta estrecha que se conocía como aguja, o un camello contorsionista capaz de colarse por espacios imposibles. Pero lo cierto es que no es fácil desprenderse de las cosas y el afán de posesión nos convierte a todos en camellos para los que es tarea imposible vivir el evangelio. Es decir, para deponer totalmente la confianza en nosotros mismos y depositarla en Cristo, para asomarnos a las exigencias últimas del evangelio respecto de las riquezas, de la oración incesante, del perdón ilimitado, del amor al enemigo…, no hay forma posible a la que podamos recurrir para salvar el obstáculo. Solo Dios nos puede liberar de esa imposibilidad. Nos lo ofrece, como al personaje del evangelio, con esa mirada amorosa, que recuerda a la de un padre que sale al rescate de su hijo. Todas nuestras riquezas por el aval de una mirada.
Somos llamados a dejarlo todo por Jesús. Una y otra vez
No deja de ser importante la pregunta final de Pedro: «¿Qué nos espera a nosotros, que ya lo hemos dejado todo?» Jesús responde con ese ciento por uno, continuamente recibido y continuamente pospuesto. Porque siempre, en un movimiento que solo es posible en nosotros por Dios, somos llamados a dejarlo todo por Jesús. Una y otra vez. También con las persecuciones, para obtenerlo todo en la plenitud de Cristo, en la bienaventuranza eterna. Es lo que encontramos al contemplar la vida de la Virgen y también la de san José. Que ellos intercedan por nosotros.
Magnificat. Comentario a la Palabra de Dios. 13 de octubre de 2024. Edición Española
David Armando Fernández