La pregunta que hace el escriba del evangelio nos ilumina sobre nuestro destino definitivo.
Venimos de celebrar, en los dos días anteriores, la solemnidad de Todos los Santos y de conmemorar a los fieles difuntos. La pregunta que, con buena intención, hace el escriba del evangelio nos ilumina sobre nuestro destino definitivo, pues el mandamiento más importante no es tanto una exigencia que se nos impone desde fuera, como la orientación decisiva que debemos dar a nuestra vida para que esta sea plena. El amor que se nos pide es participación del amor mismo de Dios y anticipo del amor en que consiste la vida eterna.

Jesús, en su respuesta, une dos mandamientos: amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo como a uno mismo
¡Qué cosa extraña ¡Marcos, en el evangelio de hoy, nos dice que un letrado, en un dialogo con Cristo, aceptó sus puntos de vista. Y le alabó, sinceramente.
Se trata de un caso atípico, pues el Evangelio, globalmente, suele juzgar con severidad a los escribas. Jesús dijo de él algo maravilloso, que nos haría morir de dicha, si lo oyésemos de nosotros: no estás lejos del Reino.
Aquel letrado de la discusión nos dice Marcos, era un hombre sensato. Quería saber, ni más ni menos, cuál era el mandamiento clave, la quintaesencia de la ley. La gran pregunta que nos formulamos todos.
La respuesta de Jesús fue sencilla. El letrado asintió feliz. “Muy bien, Maestro”, le dijo ingenuamente -, tienes razón -. Y nosotros, ¿lo creemos también así?
Jesús sitúa los dos preceptos al mismo nivel, como síntesis del Decálogo.
Hay que tener cuidado, sin embargo. En nuestros días, por la ley del péndulo, hemos pasado de un «cristianismo espiritual», centrado en Dios, a otro cristianismo más temporal, volcado en el hombre y en el mundo. El amor a Dios, a su Palabra, lleva al amor al hombre, pero nunca anula el amor a Cristo.
Homilía D. Norberto García . 3 de noviembre 2024. De “Vida Nueva »
Magnificat comentario a la Palabra de Dios (David Amado Fernández)