Nuestro Señor Jesucristo,Rey del universo Ciclo B

Hoy se nos invita a juzgar sobre el camino que hemos recorrido a lo largo de todo el Año litúrgico que ya se acaba.

 Se nos invita a juzgar sobre el camino que hemos recorrido a lo largo de todo el Año litúrgico que ya se acaba.

Hoy, contemplando a Jesús ante Pilato, de alguna manera se nos invita a juzgar sobre el camino que hemos recorrido a lo largo de todo el Año litúrgico que ya se acaba. Debemos dilucidar si formamos parte de quienes han comprendido que «Jesús vino al mundo para dar testimonio de la verdad» y, por lo tanto, escuchamos su voz, es decir, si no anteponemos nada a Cristo y dejamos en todo momento que sea él quien señale nuestro camino.

Ser continuamente rectificados por su amor y permanecer a la sombra de la cruz

Reconocer la realeza del Señor conlleva abnegar nuestra voluntad. San Ignacio utilizaba la imagen de ponerse bajo su bandera. Ello significa ser continuamente rectificados por su amor y permanecer a la sombra de la cruz. A quienes le exigían que bajara de la cruz para manifestar su poder, respondió permaneciendo «obediente hasta la muerte». Después, resucitó y señaló a sus apóstoles que le había sido dado «todo poder en el cielo y en la tierra». Incluso justo antes de la ascensión, alguno le preguntó: «¿Es ahora cuando vas a restablecer el reino de Israel?», pero Jesús les respondió que recibirían el Espíritu Santo para ser testigos suyos hasta los confines del mundo.

El reconocimiento de la realeza de Jesús va unido a la misión de la Iglesia.

Así lo señala el Concilio Vaticano al decir que «al prestar ayuda al mundo y al recibir del mundo múltiple ayuda, solo pretende una cosa: el advenimiento del reino de Dios y la salvación de toda la humanidad». 

A su vez, las dos lecturas nos hablan del retorno de Cristo, que vendrá en gloria y majestad. El Concilio Vaticano también señala que «el Señor es el fin de la historia humana, punto de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización, centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones». Es decir, la vida de cada hombre solo se comprende plenamente en Cristo y, como recuerda el Apocalipsis, él es quien «nos ama y nos ha librado de nuestros pecados por su sangre». 

Su reinado es una expresión de su amor: se ofrece por nosotros en la cruz.

Sin embargo, como muestra la escena evangélica, su reinado es una expresión de su amor. Por ello, no lo impone a la fuerza, permitiendo que su guardia luche para liberarlo, sino que se ofrece por nosotros en la cruz. Jesús no solo respeta nuestra libertad, sino que nos ofrece la posibilidad de sanarla con su gracia. Ser súbdito es ser redimido. Servir es reinar con él. El camino es claudicar primero ante su amor para, después, con su fuerza, amar como él nos ha enseñado.

Ciertamente, la influencia de la parodia ejecutada por Pilato y promovida por los que no abrieron su corazón a Jesús sigue en nuestro tiempo: se dibuja a Dios como un pretendiente injusto que intenta cercenar la autonomía del hombre. Los cristianos, en la medida en que permanezcamos fieles a Cristo, mostraremos lo injustificado de esas acusaciones. Ese amor que nos sostiene podrá conllevar, como ya ha sucedido, la marginación e incluso la persecución y el martirio. 

Magnificat. Palabra De Dios para la Solemnidad de Cristo Rey

David Amado Fernández