II DOMINGO DE ADVIENTO. CICLO C

FESTIVIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

 La Virgen, Santa María del Adviento, Virgen del Camino y de la Esperanza. 

Todos los años la fiesta de la Inmaculada se celebra en medio del camino del Adviento y, de esta forma, aparece la Virgen como Santa María del Adviento, como la Virgen del Camino y de la Esperanza. 

Los textos de las lecturas son dos diálogos: el que sostiene Yahvé-Dios con los primeros padres y el que mantiene el ángel con María en Nazaret.

El primero es un diálogo como hecho «al escondite»: Adán se esconde de Dios y, cuando Yahvé pregunta por las responsabilidades, éstas se van trasmitiendo en cadena: el hombre Adán echa la culpa a la mujer Eva – “la mujer que me diste” -y Eva se la echa a la serpiente – “me engañó y comí”-

Muy distinto es el diálogo de Nazaret: Se ha roto el clima de ocultamiento y desconfianza y María pregunta con serenidad “¿cómo será eso, pues no conozco varón?”. En la gruta de Nazaret sólo se escucha la voz de aquella muchacha que afirma serena y confiadamente: “Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”.

El mundo de hoy debe volver los ojos a la palabra y la vivencia del “amor”.

La fiesta de la Purísima ha estado tradicionalmente asociada a la castidad, a la pureza. Es lo que debemos afirmar hoy con fuerza porque vivimos en un mundo opuesto a la pureza y a la inocencia, que llama represión a lo que habría que llamar madurez y fidelidad… que llama amor a lo que no es amor sino mera atracción e incluso abierto egoísmo. El mundo de hoy debe volver los ojos a ese ideal de la Purísima para no contaminar ni adulterar la palabra más bella y santa que los labios y el corazón humano pueden pronunciar y sentir: la palabra y la vivencia del “amor”.

Generaciones de cristianos han mirado a María como el ideal de lo que debe ser el corazón humano

Pero tampoco hay que olvidar que la fe sencilla del pueblo creyente, al proclamar a María como la Purísima, como la Inmaculada, lo ha hecho porque generaciones de cristianos, que han sentido en su carne y en su espíritu, la miseria de todo lo humano, la ambigüedad y el egoísmo que anidan en nuestro corazón, han mirado a María como el ideal de lo que debe ser, de la autenticidad del corazón humano.

Dios nos sigue preguntando: “¿Dónde estás?”, y le seguimos respondiendo que le tenemos miedo 

Ese diálogo, que la Biblia sitúa en los comienzos de la humanidad, sigue siendo dramáticamente actual. Yahvé Dios nos sigue preguntando: “¿Dónde estás?”, y le seguimos respondiendo que le tenemos miedo porque nos sentimos desnudos y nos escondemos de Él. Sentimos nuestra desnudez, nuestro vacío interior y nos da miedo enfrentarnos duramente con nuestra más auténtica realidad, aunque se nos diga que nuestra desnudez, nuestra verdad, no son obstáculos para encontrarnos con ese Dios, amigo del hombre, que paseaba con Adán todas las tardes por el jardín del paraíso.

 Nos hace falta mirar a la estrella

Como decía S. Bernardo, nos hace falta mirar a la estrella, invocar a María, no sólo para contemplar en ella la inocencia y la pureza, sino su autenticidad, su aceptación plena de la voluntad de Dios.

Nos hace falta mirar a María para poner nuestra realidad ante Dios que nos sigue preguntando “¿dónde estás?” y “¿qué es lo que has hecho?” y responderle, sin eludir nuestras responsabilidades: “Aquí estoy, Señor, con mi verdad, con mis miserias y mis grandezas, para que se haga en mí según tu palabra de amor y de perdón; quiero, con mi carga de pecado y de lucha, ser, como María, siervo tuyo”.

El Rosario, la gran tradición mariana occidental, repite con machaconería el Ave María. El viejo catecismo decía sobre esta oración que ”de la salutación del ángel y Santa Isabel se tomó la parte primera y la Iglesia añadió la postrera”

Repitamos en esta fiesta de la Inmaculada esa parte “postrera” en que pedimos a la Madre de Dios que ruegue “por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”. Y, también, vamos a pedir a María, “regazo en el que Dios se encarna”, que no nos escondamos de Dios, sino que estemos siempre dispuestos a responderle con un sí rotundo a lo que pueda pedirnos, a ejemplo de María, la Inmaculada.

Que así sea.

Homilía día de la Inmaculada Concepción. D. Norberto Garcia

Extraída de un texto dePaco Zanuy