III DOMINGO DE ADVIENTO. CICLO C

En este tercer domingo del Adviento se nos invita a la alegría porque viene el Señor que nos trae la salvación. 

Las lecturas y el salmo responsorial pueden hacer cambiar nuestro modo de situarnos en el mundo si abrimos los ojos del corazón. Van a entrar en juego actitudes muy profundas de nuestro ser y nuestro hacer.

La llamada a la conversión de Juan el Bautista remueve la conciencia de sus oyentes. Su figura austera impresiona tanto por cómo se presenta como por lo que dice: “El árbol que no produzca fruto será lanzado al fuego”

Se impone una revisión a fondo de nuestros principios y no basta con lamentarnos y darnos golpes de pecho; hay que pasar a la acción y dar fruto, porque detrás del Bautista viene alguien que bautizará con fuego.

Entre los que han acudido a escuchar a Juan Surge una inquietud: “¿Qué tengo que hacer?”

El Bautista no se anda con rodeos: La conversión afecta no sólo a la manera de ser sino también a la manera de hacer:

Ser honrados y compartir lo que se tiene; cada uno según su profesión, su historia y sus circunstancias. Además, cada uno debe cumplir sus obligaciones familiares, laborales y sociales. Es la preparación para algo más profundo y nos implica a todos cualquiera que sea muestro trabajo o situación.

Los políticos deberán rendir cuentas de su gestión, y no sólo en las urnas. Hay otras instancias.

Los educadores y maestros responderán ante Dios de su celo y efectividad en la elaboración y realización de sus programas y de su interés exquisito en ayudar y hacer crecer a sus alumnos… 

Los sanitarios deberán trabajar con todo el amor del mundo porque tratan con personas indefensas, que sufren y se sienten solas y se encuentran en momentos muy críticos de sus vidas… 

Los empresarios y trabajadores tendrán que ser muy responsables y competentes en sus trabajos. Deberán ser justos y respetuosos en sus relaciones. 

Los sacerdotes, y eclesiásticos somos los primeros que tenemos que dar ejemplo y ser coherentes con lo que creemos y predicamos y lo que vivimos…

Los mayores tenemos la obligación de dar buen ejemplo y mantener vivos los valores que merecen la pena.

Cada uno de nosotros puede adaptar a sí mismo todo esto y completarlo mirándose en el espejo con sinceridad… Todos sabemos que podemos asumir una vida más sobria, recortando algo nuestro nivel de bienestar para compartirlo con los más necesitados.

El Bautista concluye su austero mensaje con el anuncio de la buena nueva: el Evangelio.

La liturgia de hoy acompaña este mensaje de austeridad con una llamada a la alegría, algo muy necesario para caminar sin desfallecer.

En la primera lectura Sofonías (que vivió en un período trágico de la historia de Israel) invita a Jerusalén a regocijarse porque “el Señor está en medio de ti… ha cancelado tu condena… y te ama…”.

Pablo desde la cárcel anima a los cristianos de Filipos a alegrarse. La alegría nos viene de Cristo y conduce a ser más atentos y afables con todos. Hay que superar el agobio y abrirse a la gratitud que tiene como fruto la paz: “La paz de Dios custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos”. 

La mejor preparación para vivir la Navidad es la palabra de Dios que invita a la conversión y a la alegría.

Esta alegría que nace del Espíritu llenaba a María de esperanza. Encendamos la luz de Dios que alcanza nuestro corazón y esperemos también con la fe de María.

Que nos convirtamos, que la alegría habite en nuestros corazones a la espera de Jesús que llega.

Que así sea, amigos.

Homilia D. Norberto García. 15 de diciembre 2024

Extraída de un texto de Paco Zuny