Las lecturas de este domingo, en el ecuador de la Cuaresma, son una llamada a la conversión.

En el Libro del Éxodo Dios se revela a Moisés y, por su medio, al pueblo judío. En el evangelio Dios revela su misericordia y su justicia por medio de Jesús.
Las lecturas de este domingo, en el ecuador de la Cuaresma, son una llamada a la conversión. Son liberadoras y abren la puerta a la esperanza en este año jubilar que nuestro Papa Francisco le ha dedicado.
Las dos revelaciones comprometen y exigen mucho. Dios llama a Moisés desde una zarza que arde sin consumirse y él responde: “Aquí estoy”. Dios le recuerda que él y su pueblo son hijos de una historia en la que Él está muy presente: “Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob”. Y le encarga que diga a los israelitas que quien le envía es el Dios de sus padres y que su nombre es Yahvé, “Él-es”.Debe decir a su pueblo que Yahvé ha visto la opresión que sufren y que los liberará.
Serán 40 años de caminar por el desierto hacia una tierra que mana leche y miel. Eso implica ponerse en marcha y superar muchas dificultades.
En la segunda lectura, Pablo explica el éxodo de Moisés a la comunidad de Corinto y dice que todos fueron bautizados por el mar y la nube que los acompañaba y que todos comieron el alimento espiritual del maná y bebieron de la roca espiritual. Esa roca era Cristo y estaban representados el bautismo y la eucaristía.
Aunque esa liberación era para todos, hubo muchos que no fueron fieles y se quedaron en el camino. Por eso hemos de tomar nota y no descuidarnos.
El Evangelio de Lucas va a corroborar esto con la parábola de la higuera estéril que manifiesta la paciencia y la misericordia de Dios, que nos da tiempo y multiplica las oportunidades para convertirnos y dar fruto. Pero también advierte de que el tiempo de que disponemos tiene un límite y no debemos abusar de la misericordia divina. Quien reiteradamente no da fruto es como la higuera estéril que ocupa un espacio inútil en la viña.
Dios me invita a profundizar en mi relación con Él y a escuchar su palabra, como se nos dijo el pasado domingo en el Tabor.
¿Qué significa para mí dar fruto? Aquí procede un examen de conciencia tranquilo y profundo de la relación con Dios, con los demás y con la obra de Dios en la naturaleza. Debo plantearme también si aprovecho las oportunidades que Dios me ofrece para crecer en la fe, la esperanza y la caridad y si realmente doy testimonio del amor de Dios en el mundo.
El salmo 102 dice: “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre los que lo temen”.
El dueño de la viña decidió dar otra oportunidad a la higuera que no daba fruto. El Señor siempre nos tiende la mano y es lento para el castigo y rápido para el perdón.
Este tiempo de cuaresma es muy oportuno para hacer balance de nuestra vida y acercarnos con autenticidad y libres de cualquier rutina al sacramento de la penitencia. La misericordia del Señor está esperando.
Pidamos a la Madre de Misericordia su protección y su ayuda para que demos el fruto que Dios desea de nosotros.
Que así sea.
Homilía D. Norberto Garcia Díaz. Domingo 23 de Marzo 202
Extraída de un texto de Paco Zanuy