Hay tres personajes importantes que se sienten indignos en las lecturas de hoy

Hay tres personajes importantes que se sienten indignos en las lecturas de hoy. Sin embargo, los tres van a ser llamados.
También es posible que yo pueda necesitar una ascua en mis labios, una caída en el camino o alguien que me haga remar mar adentro y mi vida se transforme.
Isaías, cuyos labios son purificados por la ascua ardiente, y reacciona diciendo: “¿Qué quieres de mí?”, “¡Aquí estoy!, ¡Mándame!”.
Pablo se sabe el último y más indigno de los llamados, pero también responde: “su gracia no se ha frustrado en mi”.
Pero vamos a fijarnos más en Pedro que, tras una noche de trabajo inútil, está recogiendo las redes con su barca arrimada a la orilla (la suya y la de Santiago y Juan).
Y en ese momento llega Jesús:
– “Déjame tu barca” (ese soy yo con mis instrumentos de trabajo, ocio, o quién sabe qué…).
– “para hablar a la gente”, (Imaginemos su charla: sobre la vida, los problemas, el futuro, con un proyecto del Padre en el horizonte, que entusiasma, pero todavía se ve lejano…
– “Y ahora rema mar adentro, porque tengo que hablar contigo a solas”.
También podemos imaginar esa conversación con Pedro ya lejos de la orilla y de la gente, lejos de lo inmediato: de su suegra enferma, de su vida en el faenar, de sus amigos y compañeros, de sus proyectos o de la falta de ellos.
(Quién me diera estar allí y que Jesús hablara conmigo de aquella manera…, un repaso a mi vida, un iluminar mis zonas oscuras, mis fragilidades, mis temores, mis sueños…)
Pedro escucha y el que será Pedro (ahora es solo Simón), roca, siente que su mundo se desmorona y todo se desvanece como si fuese piedra arenisca.
Claro que Lucas no describe esto y Simón probablemente no se lo contó a nadie porque su mundo se hizo añicos. Puede no haber sido así, pero una lectura viva del evangelio pide que participe también nuestra imaginación.
Y cuando su sintonía es más profunda interviene Jesús en su trabajo: “¡Echa las redes!” Son palabras un poco absurdas porque había estado toda la noche faenando y ahora no es momento de pescar, pero entiende que Jesús quiere decirle algo más.
“¡Las echaré en tu nombre!”, porque tú lo dices y después de oírte no puedo negarte nada… Y las redes rebosan y amenazan con hundir la barca…
Y aquí Simón se rompe: “¡Apártate de mí que soy pecador!” (como si a Jesús fuese a asustarle encontrarse con un pecador, cuando ha venido a buscarlos a todos).
Y ahora que ya has descubierto tu debilidad te haré pescador de hombres, y, ¡venga!, llama ya a los de la otra barca porque aquí hay faena para todos.
Y acudieron también Santiago y Juan.
Así empezó la cosa en Galilea, en las orillas del lago de Genesaret con cinco palabras: “Y dejándolo todo le siguieron”.
Aquí hay materia para una contemplación tranquila que surge de leer el evangelio con mucha paz, sin prisa y con el corazón muy abierto. A lo mejor Jesús nos pide nuestra pobre barca y transforma nuestra vida.
Puedo escuchar o no a Jesús. Puedo construir mi vida sólo o hacerla contando con Él. Hay tanta diferencia como de la noche al día, como de las redes vacías a las redes repletas. A Jesús no le asusta mi pequeñez como a Yahvé no le asustaban los labios impuros de Isaías, en la primera lectura, o que Pablo de Tarso hubiera sido un perseguidor de los primeros cristianos. Pero yo tengo que abrirle mi corazón y mi vida, mi casa y mi barca. Tengo que cederle el timón y fiarme plenamente de Él. Quiere hacerme, como a Pedro “pescador de hombres”, capaz de contagiar a muchos mi experiencia. Quiere hacerme predicador de la Buena Noticia con mi vida y mi palabra.
Su madre María, la llena de Gracia, que estuvo en Belén, en Nazaret, en el Calvario y en la llegada del Espíritu, nos ayudará a todos a ser generosos y a ponernos en las manos del Señor.
Que así sea.
Homilía D. Norberto Garcia Díaz. Domingo 9 de febrero 2025
Extraída de un texto de Paco Zanuy