VIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C

De la abundancia del corazón habla la boca

El Evangelio dice que “de la abundancia del corazón habla la boca”. Es muy importante que la sabiduría del Espíritu llene nuestro corazón y que lo que digamos sea para el bien de quien nos escucha y de nosotros mismos.

Las lecturas de hoy son muy útiles para estos tiempos tan confusos. Un domingo anterior se hablaba de la importancia de ser como el árbol plantado junto al manantial, que produce buenos frutos en toda época.

Una de las exigencias del Evangelio es no juzgar a los demás, si no queremos ser juzgados.

Las lecturas de hoy se refieren a la importancia de la palabra, sobre el juzgar a los otros o no y aportan criterios para hacerlo y también para que sepamos de quien podemos aprender. 

En el Libro de Samuel se afirma que la palabra revela el corazón de la persona y que, antes de elogiar a alguien, deberíamos tener en cuenta lo que dice, porque sus palabras manifiestan qué tipo de persona es. Un conocido refrán dice que “por la boca muere el pez”.El autobombo y la repetida referencia a uno mismo, por ejemplo, suelen ser indicio de una personalidad narcisista y engreída y, como afirma Samuel, “cuando la persona habla se descubren sus defectos”. El Evangelio también dice que “de la abundancia del corazón habla la boca”.

Hablamos demasiado y olvidamos que nuestra palabra ha de ser ante todo un instrumento para la gratitud. Lo expresa el Salmo 91: “Es bueno dar gracias al Señor”. La primera misión de la palabra es abrir el corazón y los labios para dar gracias a Dios y a los demás por tantos bienes recibidos. 

La persona sensata no se autocomplace ni habla sin medida. Abre el corazón y se pone a la escucha, no de si mismo sino de Dios en su interior y también de los demás. El silencio debe acompañar a la palabra porque en él se recibe y elabora la palabra. En el silencio se nos manifiesta el Espíritu Santo.

Pidamos que la palabra del evangelio ilumine nuestro interior y nos haga conscientes de la importancia de nuestras palabras y de nuestros silencios.

El Evangelio de Lucas dice que “No es el discípulo mayor que su maestro”. Si no tenemos esto en cuenta corremos el peligro de ir sembrando ignorancia porque antes de ponerse a enseñar es preciso aprender. Sólo después de haber escuchado mucho y haber aprendido más, el discípulo podrá superar al maestro. Hay quien piensa que lo sabe todo y puede dar lecciones a todos sobre cualquier cosa. Así nos arriesgamos a ser como ciegos guiando a otros ciegos, como dice el evangelio.

Echamos en cara a los demás sus defectos y no caemos en la cuenta de que los nuestros son mayores. Vemos la mota en el ojo del prójimo y no la viga en el propio. A esos Jesús les llama hipócritas, como a los fariseos que se consideraban intachables.

Elijamos bien a nuestros maestros porque el olmo no puede producir peras. El criterio evangélico es observar el fruto que produce quien se erige en maestro porque el buen fruto viene de un árbol sano y el malo de uno enfermo. 

Eduquemos nuestro corazón si queremos que de nuestra boca salgan palabras que transmitan sabiduría y verdad. 

Pidámosle hoy al Señor y a su Madre Santísima que nos ayuden a alimentar nuestras raíces, nuestro espíritu, con palabras de verdad y de sabiduría.

Que así sea.

Homilía D. Norberto Garcia Díaz. Domingo 23 de febrero 2025

Extraída de un texto de Paco Zanuy