HORA SANTA JUEVES SANTO DIA DEL AMOR FRATERNO

 

En esta tarde de Jueves Santo recordamos intensamente, las palabras y los gestos de
Jesús, lo mucho que El nos amó —hasta el fin- y lo mucho que nos tenemos que amar –
como yo-; este amor es el signo de sus seguidores.
Hace tan sólo unas horas, sentados a la misma mesa, ha querido compartir con
nosotros, la cena y la palabra, el cuerpo y la sangre, el amor y el espíritu. Una comida es
el marco que escoges, Señor, para decirnos las verdades más hondas. En ella nos dices
lo que eres, lo que quieres ser: Pan partido y entregado para todos. Tomas pan, lo
partes y nos lo entregas; tomas la copa de vino y la repartes. El pan, partido y repartido,
es tu propio cuerpo. El vino es tu sangre, derramada por todos. Aparece con toda
claridad tu condición de siervo, que se abaja para lavarnos los pies. Sentado a la mesa
con pecadores, nos entregas la vida, nos dices que tu Padre y el Espíritu también se
entregan, también son amor entregado, perfume nuevo en medio del mundo. Y nos
pides que repitamos tu gesto de amor, que lo repitamos siempre.


Y ahora, en el silencio de la noche, Jesús, nos pides que oremos contigo, Tú te vas al
campo, a la soledad, al huerto de los olivos. Te vas a orar, a estar con el Padre. Y nos
invitas a ir contigo.
Estás junto a nosotros. Te oimos orar, percibimos tu amor y tu confianza en el Padre.
Muestras tu debilidad, aparece tu fracaso, te duele la incomprensión. ¿Cómo vas a
entregar la vida en medio de tanta desprotección? Abandonado por tus amigos, cercado
por tus enemigos, sin escapatoria ante la muerte que se te acerca, te brota más
confiado que nunca el Abbá (Padre)… Poco a poco te vas metiendo en el misterio del
amor. «Aquí estoy para hacer tu voluntad», le dices muchas veces a quien más te quiere
y nos quiere, el Padre.
Queremos seguir contigo esta noche, al menos una hora y no dejarte solo, porque es
una noche difícil. Queremos interiorizar tu misterio, que se manifestó intensamente en la
Eucaristía. Queremos abrirnos también a cuantos viven en su carne el rechazo, la
tristeza, la soledad y la agonía.



Jesús pone su vida en las manos del padre

Jesús ha recorrido los caminos de Palestina. Se ha encontrado con pobres, con
enfermos, con pecadores. También le han salido al paso los que tenían el poder.
Abiertamente ha comunicado su mensaje en plazas y calles. Ahora, solo habla
abiertamente con el Padre; la hora esperada tan ardientemente durante toda su vida ya
ha llegado. La tiene delante y está decidido a vivirla con toda intensidad.
Pero no la vive solo. La vive abierto confiadamente al Padre, poniendo en sus manos
vida. Él ha venido a cumplir su voluntad. El ruido del odio no puede apagar el murmullo
del amor. Y, a nosotros, nos pide que entremos también en su oración. El odio va a ser
vencido por el amor fiel. De su entrega en la cruz va a surgir una nueva humanidad.
Lectura: Jn 17, 1-11
Breve Pausa orante
Lo acabamos de oir: «habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo». El amor
de Jesús llega hasta el fin, llega a su máxima expresión, amar sin límites.
La única condición hacia nosotros es dejarnos amar, abrirnos al amor. Si te acercas a
la hoguera es para calentarte. No pongas obstáculos, no cierres tus puertas. Dejarse
amar es creer en el amor. No dudes que Dios te ama, a ti, por pequeño e indigno que te
sientas. Dejarse amar es aceptar ese amor, hacerle sitio, que entre en ti. Dejarse amar
es posibilitar que ese amor venza todos los temores y resistencias y se convierta en el
c e n t r o d e tu vida.
El amor de Jesús se hizo ternura: Hijos míos…Vosotros sois mis discípulos
El amor de Jesús se hizo servicio. Yo estoy en medio de vosotros como el que
s i r v e . . .
El amor de Jesús se hizo entrega: Este es mi cuerpo que se entrega por
vosotros…
El amor de Jesús se hizo intimidad: Todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado
a c o n o c e r. . .
El amor de Jesús se hizo común-unión: Se deja comer por los suyos. Todo el
espíritu, toda la vida de Jesús pasa al discípulo: Padre que sean uno…como Tú,
Padre, en mí y yo en ti, que ellos sean uno en nosotros.
Silencio.



La noche de Getsemani


Todos conocemos la escena. Es de noche. Ya han cenado. Recorren las calles de
Jerusalén y llegan a un huerto, llamado Getsemani. Jesús busca ayuda para vivir esa
hora, les pide a los suyos que le acompañen. Y llevando consigo a Pedro, Santiago y
Juan, empezó a entristecerse y angustiarse.
«Mi alma está triste hasta el punto de morir» Jesús tenía razones para sentirse triste: los
acontecimientos que se acercaban, la reacción de los discípulos, el silencio del
Padre…Otras veces no hay razones, pero Jesús asume toda la tristeza humana,
nuestras penas y nuestras lágrimas.
Jesús, has oído muchas cosas esta tarde. Has percibido un ajetreo grande en las calles,
has olido la tormenta en el ambiente. Has mirado a los ojos de la gente y has escuchado
el lenguaje del odio. Has escuchado las palabras grandilocuentes de Pedro y de los
demás discípulos, todavía te resuenan: «Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás
caeré… Aunque tenga que morir contigo, no te negaré». Has sentido sobre tus mejillas el
beso de uno de los tuyos, mientras te decía: «Salve, Maestro»
¿Qué te diremos nosotros que no te hiera más en esta noche? Como a Judas, a cada
uno nos miras a los ojos y nos preguntas: «Amigo, ¿a qué vienes?»

Angustia, miedo: Difícil definir esa angustia de Jesús, la ansiedad, el no tener ningún
punto de apoyo… Tiembla de angustia y «adelantándose un poco cayó rostro en tierra y
oraba».


Jesús, tu rostro está en la tierra. ¡Cuánto quieres nuestro barro! Pero nuestra tierra no
te ha recibido. Y tu sigues abajándote y así asumes nuestros miedos y nuestras
angustias.
Ante la realidad que está viviendo, ante el cáliz que se le ofrece, una petición: ¡Aparta de
mí este cáliz! En e s a copa están todos los dolores y las amarguras del mundo: los
rostros del hambre, de la enfermedad, de la guerra, de cualquier clase de violencia y
abuso sobre los más pequeños… En ellos estás tú, Jesús. Lo que hagamos a ellos, te lo
hacemos a ti, Jesús. Lo que dejemos de hacer a ellos, tampoco te lo hacemos a ti,
Jesús.


«Quedaos y velad conmigo»: Ahí están tres discípulos muy cerca, pero están muy lejos,
no comprenden nada, les gana el sueño. La gente, la mayoría del pueblo, le va a dar la
espalda.
Y nosotros, ¿cómo responderemos a tu petición, Señor? Como a los discípulos nos
pides que estemos contigo en esta difícil hora… Pero somos pobres y estamos
cansados, y el sueño y el miedo nos pueden. No tenemos fuerzas contra un mal tan
poderoso. No sabemos cómo quitar el pecado del mundo, cómo quitar el pecado de
nuestro propio corazón. Nos falta luz y nos falta virtud. Queremos practicar el bien y
hacemos el mal. Queremos orar y no sabemos. Queremos amar y no podemos.
Queremos comprometernos y nos cansamos. Queremos dar testimonio y nos
avergonzamos. Queremos ser libres y nos sentimos esclavos. Queremos combatir el
mal y nos acobardamos. Acepta, Señor, nuestras manos, aunque estén vacías…



La pasión del mundo


«Padre mio, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad»
En su hora decisiva Jesús asume y redime el sufrimiento humano. El hombre ya no
sufrirá solo, siempre habrá alguien con él; siempre estará Dios con él. El sufrimiento
humano ya no será solo desgracia, ya puede ser una fuente de gracia, y una manera de
unirse a Cristo en su pasión.
El sufrimiento humano es algo sagrado. También es un misterio, porque no parece
tener límites, no podemos penetrar del todo en él; pero es misterio porque nos asocia a
Cristo y a su obra redentora.


Al Jesús de Getsemaní vamos a presentarle los dolores del mundo, ponerlos en esa
tierra que él regó con su sudor de sangre.


Mira, Señor, a los que tienen miedo a la pérdida de salud, de trabajo, de
prestigio; miedo a situaciones difíciles; miedo a la soledad, a la muerte.

Mira, Señor, a los que viven en tristeza y angustia, por fracasos, desilusiones,
infidelidades, por la pérdida de un ser querido.

Mira, Señor, a los que se sienten solos, incomprendidos, marginados,
abandonados; tal vez por razones de migración, o por enfermedad y vejez, o
por otras difíciles circunstancias.

Mira, Señor, a los que están esclavizados por las condiciones de vida y
trabajo, por el vicio, las drogas, el pecado.

Mira, Señor, a los que han perdido la ilusión y la esperanza, que viven sin
sentido, desencantados, desanimados, cansados; los que caminan sin saber
por qué y hacia donde.

Mira, Señor, a todos los que sufren.

Míranos, Señor, a los que estamos esta noche junto a Ti


Señor, en esta noche de tristeza, escuchamos de tus labios tu palabra favorita: Abba,
Padre mío. En medio de la noche, surge tu deseo más profundo: «Hágase tu voluntad».


Y el Reino sigue abriéndose camino en nuestra tierra por caminos secretos, misteriosos.
Pronto florecerá la semilla sembrada. También nosotros queremos orar el Padrenuestro
contigo, en esta noche, en este momento de nuestra vida.


La decimos todos juntos: padrenuestro…

«Levantaos! ¡Vamos! Jesús, ya se acerca tu muerte pero sigues dándonos tu amor, tu
vida sigue siendo para nosotros una luz en la noche. Nos pedías apoyo y compañía y
eres Tú quien nos acompaña y nos da el apoyo. Eres Tú quien está siempre con
nosotros.


Queremos terminar este rato de oración haciendo una oración desde la sinceridad del
corazón. Entregando, como Tú Jesús, nuestra vida al Padre:


«En tus manos de Padre pongo mi vida,
mis esperanzas y miedos,
mis alegrías y fracasos,
mi momento presente y mi mañana.
Te confío mi vida,
Mis horas difíciles y oscuras,
Mis momentos de paz, de lucha y de gozo,
Con todo el amor que Jesús me ha regalado.
También pongo
En tus manos amorosas de Padre
Las personas que llevo en el corazón,
Los dolores y gozos de la humanidad.
Con Jesús, me fío de Ti,
Dios de la Vida y del Amor.
Hágase tu proyecto en mí. Amén»

MEDITACIÓN HORA SANTA 17 DE ABRIL 2025

PARROQUIA DEL SAGRADO CORAZÓN