Las lecturas de hoy aportan mensajes para profundizar en el sentido de la Pascua

Todas las lecturas de hoy aportan mensajes para profundizar en el sentido de la Pascua,
pero voy a limitarme a contemplar el Evangelio de Juan, profundamente inspirador.
Parecía que Juan ya había terminado su libro en el capítulo 20, pero nos sorprende con el sugerente apéndice del capítulo 21.
Contiene cuatro escenas: la infructuosa pesca nocturna, el sorprendente resultado de la pesca matutina, el “reconocimiento” del Señor Jesús y la conversación en la que Pedro es confirmado al frente de la Iglesia.
El mismo mar de Tiberíades había sido testigo de la primera llamada. Jesús ya no es simplemente el Maestro, ahora es el Señor. La fe Pascual permite reconocerlo esta vez como el Hijo de Dios.
Después de la Resurrección los apóstoles han vivido unos días muy intensos, desbordados por la situación. Al atardecer Pedro y algunos más están reunidos a la espera de acontecimientos.
Pedro necesita calmar su inquietud y dice que va a pescar. Los demás se le unen. La pesca no fue buena. El Evangelio dice que “…aquella noche no cogieron nada».
Cunde el desánimo y, a punto de regresar, un hombre les llama desde la orilla.“Ellos no sabían que era Jesús”. No podían ver al Señor. Pero no sólo amanece un nuevo día sino también un mundo nuevo.
El desconocido les dice con voz potente: “¿Muchachos, ¿tenéis pescado?”. Esa llamada los hace más conscientes de su fracaso.
Ha sido un trabajo inútil y se sienten frustrados. Entonces el desconocido les dice: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis”. Deciden hacerle caso y el resultado es una pesca abundante.
En ese momento el “discípulo al que Jesús tanto quería”, Juan, el de la mirada de águila, lo reconoce y le dice a Pedro: “Es el Señor”. Pedro, impaciente, se tira al agua para llegar antes hasta el Señor.
Jesús lo recibe en tierra y “les dice: Traed de los peces…”.
Él ya tenía pescado y lo había puesto sobre el fuego, pero desea que ellos también lleven lo que acaban de pescar. Quiere que sientan que su pesca no ha sido inútil y quienes se le acerque deben aportar también su vida. Él Necesita nuestra colaboración.
Jesús los invita: “Vamos, almorzad”.
Cuando yo me siento agobiado, como los apóstoles, porque no alcanzo mis objetivos en la vida, tal vez necesite también que Jesús me aconseje cambiar de caladero o echar mis redes hacia el otro lado de mi barca.
Jesús está presente de algún modo en mi vida y no soy capaz de reconocerlo. Si encuentro paz y noto que mi vida va llenándose de sentido, puede ser Él quien me está inspirando.
He de escuchar su palabra y hacer que el evangelio forme parte de mi vida. Eso sí, debo tener los ojos del corazón bien abiertos.
Si le dejo un espacio a Jesús en mi vida y me pongo yo y lo mío a su disposición, Él me invitará a su mesa con un pez en la brasa y un pan crujiente.
Puede suceder también que en muchas ocasiones no hayamos seguido al Señor o que, como Pedro, lo hayamos negado. Entonces, Él me llamará aparte y me dirá que lo importante es amarlo y dedicar mi vida a los humildes, a los pobres y a los servicios que se me puedan pedir para ayudar a los hermanos.
Que sintamos su llamada y nos animemos a seguirlo porque Él nos espera en la orilla de nuestra vida con unas brasas, un pan y unos peces que se unirán a los que nosotros llevemos y que también le confesemos cada día nuestro amor.
Que María, la Madre de Jesús, eduque nuestro corazón para amarlo y seguirlo cada día de nuestra vida.
Que así sea.
Homilía D. Norberto Garcia Díaz. Domingo 27 de abril 2025
Extraída de un texto de Paco Zanuy